sábado, 21 de agosto de 2010

A Dios le agrada Isabelle Valdez

Perdona, y tendrás paz interior

Murió cuando faltaban dos días para que cumpliera ochenta y siete años. Los nietos tenían preparada una fiesta en una finca. Torta y música folclórica. Lo que le gustaba. Su deceso pudo pasar desapercibido, pero no fue así. Ramón Peralta Arsayús, un curtido campesino de Costa Rica se convirtió en record mundial. ¿La razón? Cumplió doce años, cuatro meses y seis días, odiando a su padre.
Era un adolescente cuando el progenitor lo regañó en medio de una reunión. "No debes intervenir en las conversaciones de los adultos, porque eres un niño", le riñó su padre. Como él levantó los hombros, presa de la ira el hombre le golpeó la cara y lo envió al cuarto. Ese incidente jamás se borraría de su mente. "Lo odio", se repetía una y otra vez.
Los esfuerzos de su padre resultaron inútiles en procura de que volvieran a tener un trato amable. La mirada del muchacho siempre estuvo cargada de resentimiento. Ni siquiera lo perdonó un día en que, embriagado, le pidió perdón. "Hijo, reconozco que el incidente de aquel día te dolió. Perdóname". Él se limitó a sonreír, y no dijo nada. No lo perdonó.
Cuando agonizaba en una clínica, el padre llamó a Ramón, pero ni siquiera en ese momento tan emotivo, tomó la decisión. Así se lo compartió a su esposa y a sus hijos: "No creo que pueda perdonarlo jamás".
Siempre insistía que en su lápida colocaran: "Aquí yace alguien que no pudo perdonar". Y aunque se negaron a hacerlo, sus familiares comentaron el día del velorio que anidó el odio hasta el último instante de su vida…
Dios te perdonó, estás llamado a perdonar
Desde antes de la creación del mundo, Dios nos amaba. Él es amor y su amor por nosotros no tiene límites (Jeremías 31:3 a; 1 Juan 4.7; Juan 3:16).
Cuando comprendemos la grandeza de ese amor, apreciamos en su verdadera dimensión el hecho de que amar debe ser uno de los distintivos que marque la diferencia donde quiera que estemos, en lo que pensamos y hacemos: "Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en la muerte. Todo el que odia a su hermano es un asesino, y ustedes saben que en ningún asesino permanece la vida eterna."(1 Juan 3:14, 15. Nueva Versión Internacional)
El amor de Dios debe ser correspondido. Él nos ama—eso está claro--. Y nosotros debemos amarnos y amar a quienes están alrededor, con los que interactuamos e incluso, a quienes nos despiertan animadversión sin haberles tratado.
Las dimensiones del amor
Era un día cualquiera, si lunes o martes, nadie lo recuerda, aunque sí lo que ocurrió y convirtió aquella ocasión en algo extraordinario que pasaría a la historia.
El Señor Jesucristo se encontraba en Jerusalén. Un grupo de eruditos en las Escrituras, líderes de los fariseos, lo abordaron con el propósito soterrado de tenderle una trampa. "—Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley?--. "Ama al Señor tu >Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente",--le respondió Jesús--. Este es le primero y más grande de los mandamientos. El segundo se parece a éste: Ama a tu prójimo como a ti mismo"(Mateo 22:37-39, Nueva Versión Internacional).
Sobre la base de este principio que enseñó Jesús, descubrimos las dos dimensiones del amor que debe anidar en nuestro corazón, en una relación que se orienta en dos direcciones: una vertical y la otra horizontal. La vertical, la necesidad de amar a Dios, lo que a su vez se refleja en armonía y crecimiento espiritual. En la línea horizontal, encontramos la importancia de perdonarnos y amarnos a nosotros mismos y a los demás.
Como recordará, unos párrafos atrás leímos que el apóstol Juan asocia el odio con una trasgresión gravísima: el asesinato.
La falta de perdón es una atadura
No perdonar a quien nos ha causado daño, produce inestabilidad en nuestra vida espiritual y desencadena estancamiento en el proceso de crecimiento personal. Es unA terrible atadura que aprovecha Satanás para destruirnos. El sabe aprovechar esas semillas de odio y resentimiento para ganar terreno; no en vano el Señor Jesús nos advirtió que el enemigo "…no viene más que a robar, matar y destruir…", y añadió el amado Salvador: "…yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia"(Juan 10:10 a).
Le invito para que evalúe por un instante qué beneficios arroja a nuestro ser el asumir una actitud no perdonadora. ¡Ninguna! Por el contrario, nos produce desasosiego e infelicidad que se prolongan tanto como nos empecinemos en odiar.
¿Quieres recibir perdón?, entonces perdona
En el Reino de Dios hay una ley ineludible que existe desde la misma fundación del universo. Es la ley de la siembra y la cosecha. Recogemos lo que hemos plantado.
El amado Maestro la explicó con sencillas palabras, que encuentran un profundo significado: "No juzguen, y no se les juzgará. No condenen, y no se les condenará. Perdonen, y se les perdonará. Den, y se les dará: Se les echará en el regazo una medida buena, apretada, sacudida y desbordante. Porque con la medida que midan a otros, se les medirá a ustedes"(Lucas 6:37, 38. Nueva Versión Internacional)
Si perdonamos, recibimos perdón. No solamente de dios sino de quienes nos rodean. No podemos pretender que los demás perdonen nuestras faltas, si nosotros mismos no damos perdón.
Recue4rde siempre que la misericordia triunfa sobre el juicio. La antesala de una buena reconciliación con Dios es perdonar al prójimo y perdonarnos a nosotros. Nadie nos obliga a perdonar. Es una decisión personal.
El Señor Jesús instruyó: "Porque si perdonan a otros sus ofensas, también los perdonará a ustedes su Padre celestial. Pero si no perdonan a otros sus ofensas tampoco su Padre les perdonará a ustedes las suyas"(Mateo 6:14, 15, Nueva Versión Internacional). El apóstol Santiago, por su parte, fue más contundente cuando advirtió: "Hablen y pórtense como quienes han de ser juzgados por la ley que nos da libertad, porque habrá un juicio sin compasión para el que actúe sin compasión. ¡La compasión triunfa sobre el juicio!"(Santiago 2:12, 13. Nueva Versión Internacional).
Si usted perdona, comienza el proceso de transformación de su mundo interior y del que le rodea.
No contamine a otros
La falta de perdón termina ejerciendo influencia no solo en nuestro corazón que se llena de amargura, sino en quienes le rodean. Como explicó el que a mi juicio es el autor de la carta a los hebreos, el apóstol Pablo: "Asegúrense… de que ninguna raíz amarga brote y cause dificultades y corrompa a muchos…" (Hebreos 12:15, Nueva Versión Internacional)
Perdonar no es fácil. No lo fue antes ni lo es ahora. Por esa razón, no es en nuestras fuerzas en las que debemos procurar perdonar, sino en las fuerzas de Dios. La Biblia nos enseña que en el Señor Jesús podemos hacerlo: "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece"(Filipenses 4:13, Nueva Versión Internacional).
Tras reconocer que es en Jesucristo como avanzamos hacia el perdón y por ende la sanidad interior, de nuestro corazón herido cuando nos han causado daño, es importante una última recomendación: En adelante, rechace todo pensamiento que alimente el rencor, y llévelo cautivo a la obediencia a Cristo como enseña ese libro maravilloso que es la Biblia (2 Corintios 10:5).
Comprobará que su vida experimentará cambios de significación. Si quiere alcanzar la paz interior, ¡desarrolle una actitud perdonadora!
¿Ya Jesucristo mora en su corazón?
No podríamos concluir esta reflexión sin preguntarle: ¿Ya recibió a Jesucristo en su corazón? Hoy es el día apropiado para hacerlo. Dígale en oración: "Señor Jesús, reconozco que he pecado. Gracias por morir en la cruz por mis pecados, para perdonarme y abrirme las puertas a una nueva vida. Te recibo en mi corazón como único y suficiente Salvador. Haz de mi la persona que tú quieres que yo sea. Amén"
Si hizo esta oración, le felicito. Ahora tengo tres invitaciones para usted: La primera, haga de la oración un principio de vida diaria. Orar es hablar con Dios, como nuestro Padre celestial, pero también como nuestro amado amigo. La segunda, lea el libro más maravilloso, la Biblia, en el que aprenderá principios sencillos y prácticos que le llevarán al éxito personal y espiritual, y por último, comience a congregarse en una iglesia cristiana. ¡Su vida no será la misma desde hoy con la ayuda del Salvador!
Si tiene alguna inquietud, por favor, no dude en escribirme a
:
Email: Ps.Fernando@adorador.com

¿Cómo enfrentar y superar la pérdida de un ser querido?

Ps. Fernando Alexis Jiménez. 
Apenas iba llegando del trabajo, cuando lo llamaron por teléfono. Jamás lo esperó. Un golpe muy fuerte. Mientras asentía con la cabeza, indicando que comprendía el mensaje, las lágrimas surcaron su rostro. El dolor lo embargaba. Dejó el auricular sobre la mesa, luego miró a su esposa y se atrevió a musitar:
--Murió mi madreHace unos minutos apenas; me lo acaba de confirmar Raúl. Creo que es mejor que te arregles. Vamos para allá. —
Rebeca lo abrazó. Fue lo único que atinó a hacer. Ella misma estaba consternada. La escena era inconcebible para una pareja que siempre había gozado de tranquilidad.
--No te preocupes. Cálmate. Todo saldrá bien--, trató de tranquilizarlo.
--¿Qué tome las cosas con calma? ¡Por Dios, Rebeca! Es mi madre la que acaba de morir. ¡Claro, a ti no te afecta como a mí!.--
La mujer se quedó mirándolo aterrada. No salía de su asombro. Jamás había sido así. En lo más profundo de su ser se sintió herida. Aquello era más de lo que podía esperar. Ella también comenzó a llorar, en esa extraña mezcla de tristeza por la pérdida de su suegra y desconsuelo por lo que había ocurrido con su marido.
Él por su parte, debía conjugar dos momentos dramáticos: de un lado la sensación de vacío que le despertaba la pérdida de su madre, y de otra parte, el desaliento tras comprobar que había ofendido a su cónyuge. No sabía cuál de los dos sentimientos encontrados le provocaba más angustia. De camino al hospital no podía concentrarse mientras conducía… ¡Aquél día se le había convertido en una tragedia.
Enfrentando situaciones inesperadas
La pérdida de un ser querido jamás estará dentro de nuestras expectativas inmediatas. Por una extraña razón, inherente al ser humano, pensamos en todo menos en que algo malo pueda ocurrir. En momentos así lo menos aconsejable es abordar a la persona con recomendaciones tales como: "No te preocupes", "Hay que resignarse", "A todos nos puede ocurrir", "No importa, al fin y al cabo la vida sigue", "Tienes una familia que te ama, y todo volverá a ser normal", entre otras expresiones.
En momentos así, en los que se confunden las emociones, lo más probable es que la persona reaccione con molestia ante las instrucciones para conservar la serenidad. Incluso, es posible que interprete esos consejos como una manifestación de incomprensión e intolerancia por parte de su interlocutor.
Una inclinación, muy natural, es a querer morirse también. En medio del dolor, el mundo se torna gris y llegan a concebir que nada tiene sentido, ni siquiera la existencia. Pueden incluso razones que nadie alrededor alcanza a imaginar siquiera lo que está experimentando.
Para ser sinceros, usted y yo jamás dimensionamos lo que está sintiendo el otro. Es probable que hayamos pasado por situaciones similares, pero no habremos sentido lo mismo. Recuerde que cada uno tiene su propia forma de asumir los períodos de dificultad. Con ese precedente, lo más aconsejable es permitirle que se desahogue, bien sea hablando o llorando. No interrumpirle, simplemente permitirle que saque todo el dolor que lleva dentro. Es esencial que vivan el duelo particular a su drama.
¿Cómo podemos ayudar a alguien en momentos de dolor?
Cuando alguien atraviesa por el dolor de perder un ser querido, lo esencial es que le brindemos acompañamiento. No juzgarle, señalarle o indicarle qué es lo que debe hacer. Simplemente acompañarle, estar a su lado, que sepa que hay alguien que desea brindarle su respaldo.
Otras sugerencias en casos así son:
a. Escuchar sin interrumpir
b. No procurar que cambie de tema
c. Aconsejarle—en caso que haya lugar—pero midiendo mucho cada palabra
d. No colarnos como ejemplo de alguien que sí sabe manejar situaciones traumáticas
e. No imponerle tiempos o un cronograma para que haya "resuelto" su situación de duelo
f. No espere que la persona resuelva el conflicto de la noche a la mañana
g. En caso que la persona reaccione agresivamente, comprenda que está viviendo un momento difícil
Todos hemos pasado o tal vez atravesaremos por situaciones traumáticas, que desencadenan un conflicto interno.
En nuestra condición de cristianos, es a Dios a quien recurrimos en momentos complejos, para pedirle sabiduría, que nos ayude a encontrar las palabras apropiadas para aconsejar a quien vive una etapa de dolor emocional.
El manejo del dolor emocional a la luz de la Biblia
Las Escrituras, que siempre tienen una respuesta a nuestros interrogantes y nos brindan principios prácticos y sencillos para avanzar hacia la superación de los conflictos, enseña que es natural sentir que todo alrededor se vuelve gris cuando el dolor embarga nuestro corazón. El rey David escribió: "El dolor me nubla la vista; ¡se me nubla por culpa de mis enemigos!" (Salmo 6:7). En momentos así, enfrentamos desánimo, y la concepción de que todo en torno nuestro no constituye más que un laberinto sin salida: "¡El dolor y los lamentos acaban con los años de mi vida! La tristeza acaba con mis fuerzas; ¡mi cuerpo se está debilitando!" (Salmo 31:10).
Aunque los pasajes bíblicos se escribieron muchos siglos antes de que la sicología hiciera los modernos descubrimientos en el manejo de las situaciones de conflicto, los autores sagrados tenían claro que es fundamental el proceso del desahogo: "Cuando pienso en estas cosas, doy rienda suelta a mi dolor. Recuerdo cuando yo iba con la gente, conduciéndola al templo de Dios entre gritos de alegría y gratitud. ¡Qué gran fiesta entonces!" (Salmo 42:9), sobre todo cuando se experimenta la sensación de amargura, desánimo y profundo dolor, difícil de describir con palabras (Cf. Salmo 39:2; 73:21; 116:3; 119:28).
Entregar el dolor emocionar a Dios
El paso más apropiado, tal como lo enseña la Biblia, es entregar a Dios toda nuestra angustia y tristeza: "El Señor le dará fuerzas en el lecho del dolor; ¡convertirá su enfermedad en salud!" (Salmo 41:3)."...pues te cubrirá con sus alas y bajo ellas estarás seguro. ¡Su fidelidad te protegerá como un escudo!" (Salmo 91:4). Nuestro amado Padre, promete cuidarnos:
Por su parte, el apóstol Pedro recomendó que todos esos sentimientos encontrados, que provocan dolor y desaliento, debemos someterlos al Señor: "Dejad todas vuestras preocupaciones a Dios, porque él se preocupa de vosotros" (1 Pedro 5:7).
Entregar al Señor todo cuanto nos doblega, no es otra cosa que dejar esos hechos dolorosos en Sus manos y permitir que obre en nuestra existencia, trayendo paz, como dice el apóstol Pablo: "Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús" (Filipenses 4:6, 7).
Le invito a considerar el hecho de que, para el autor, es imprescindible que vayamos al Padre celestial en oración. Volcarle todo cuando hay en nuestro corazón. Es decirle cómo nos sentimos, el temor que nos embarga y el desasosiego que gana terreno. Él nos comprende, no nos cuestiona y abre puertas para encontrar soluciones.
La respuesta, tal como la describe el apóstol Pablo, proviene de Dios y se evidencia en una "paz que sobrepasa todo entendimiento". Esa paz traerá sosiego a nuestras emociones y nos ayudará a controlar los pensamientos que nos avivan el dolor y la tristeza.
¡Hay salida para el sufrimiento! Está en Dios. Él quiere ayudarnos, pero es necesario que le abramos las puertas del corazón. Vuelva su mirada Él, sin temor, ya que no quedará avergonzado.